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¿El musical sobre Billy Elliot es apropiado para ir con niños?

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Recuerdo la primera vez que me envolvió la magia de un musical. Salí fascinada. Fue con Cats cuando ya era veinteañera, porque los niños de la vetusta EGB no teníamos al alcance de nuestra mano acudir a musicales salvo que se diera alguna rara suerte (rarísima entre los que crecimos en España en los 70 y los 80), como viajar a Londres o Nueva York durante la infancia. Nuestra relación con los musicales vino de la mano de la tele, y por eso muchos crecimos celebrando cuando emitían Grease o Dirty Dancing, aunque esa es otra historia.

Este miércoles fue la primera vez de mi hija, que con solo ocho años ha podido disfrutar de Billy Elliot. Precisamente a partir de ocho años dicen los responsables del musical que se puede ir a ver al talentoso Billy huir de un futuro de carbón, huelgas y disturbios de la mano de la danza, luchando por hacer entender, en un entorno hostil, que no se deben poner cortapisas a los sueños de los niños.

Tenía muchas ganas de acudir con ella, tanto por iniciarla en la genialidad que son los musicales hechos con mimo y medios, como por las enseñanzas de Billy Elliot en concreto. En estos días que aún es noticia que algunos centros de enseñanza deciden que la cocina y la moda es cosa de niñas y la informática solo para niños, sigue siendo preciso recalcar que no es verdad, que un niño o una niña pueden ser lo que deseen, que Billy fue un valiente e hizo lo correcto al enfrentarse a la incomprensión generalizada de tantos.

Todo eso que esperaba, estaba en el musical. Y aún más, de la mano del maravilloso Michael (Beltrán Remiro en la función que vi, aunque hay otros cinco) devorando el escenario cada vez que asomaba.  Puso al público en pie en el que creo que es el mejor número del musical, ataviado con la ropa de su hermana y de la mano de su amigo Billy. Un espectacular canto al derecho a ser uno mismo. Y mi hija también lo creyó así. Lo disfrutó muchísimo, igual que quedó encantada con la espectacular puesta en escena.

Pero hay más en el musical de Billy Elliot que es preciso saber si nos estamos planteando ir con niños, para no meter la pata con unas entradas cuyo precio es difícil que baje de los 50 euros por barba. Y ahí voy a partir de ahora, a intentar explicar si es una obra apta para acudir con nuestros hijos, sobrinos o nietos.

Me da la impresión de que han sido en exceso optimistas con esos ocho años. Los responsables del musical advierten que hay palabras malsonantes. Es una advertencia que debe hacerse, pero no es ese el motivo por el que creo que es un acierto seguro con niños de la edad de los jóvenes intérpretes (maravillosos, por cierto), a partir de doce o trece años.

En primer lugar hay que tener en cuenta que los musicales son muy largos (dos horas y media en este caso) y si tenemos un niño de los coloquialmente etiquetados como “de culo inquieto”, más vale pensárselo dos veces. Julia es una niña tranquila y acostumbrada a películas largas, pero la segunda se le hizo cuesta arriba. En gran medida porque era tarde, que comenzó a las 20:30 (con niños, buscad mejor las sesiones de las 17 y las 18 de la tarde), pero también porque hay muchas partes en las que se perdía.

Billy Elliot son niños cantando y bailando, casas que surgen del suelo, un viejo boxeador risible, una profesora genial y una abuela olvidadiza que nos enseña que se está mejor sola que mal acompañada. Eso gusta a cualquier niño, cualquier niño lo entiende. Pero Billy Elliot también es una huelga sostenida, conflictos con la policía, posiciones enrocadas, esquiroles, minas que se cierra y se abren, un padre enjaulado, sindicatos y Margaret Thatcher, y eso a cualquier niño le puede resultar árido e incomprensible.

En la segunda mitad hay más de lo segundo que de lo primero. Y lo segundo es imposible de explicar a un niño de ocho años por mucho que se intente, menos aún me medio de la obra y entre susurros.

Es cierto que los frecuentes tacos, los golpes de pelvis y el momento “quieres que te enseñe el chichi”, presente también en la película, pueden ser un problema para muchos padres (es bueno que sepan a priori que se lo van a encontrar, para que decidan ir o no con conocimiento de causa) y que pueden causar asombro, sobresalto o risitas entre muchos niños preadolescentes, pero no me parece que sean los elementos que invitan a elevar la edad, sino la complejidad de gran parte de la historia.

Me consta que también habrá familias a las que les disguste además que sus hijos, nietos o sobrinos vean a Michael vestido de niña y defendiendo con alegría su derecho a hacerlo o a todo el elenco vistiendo tutús. Esos tienen más problemas que decidir si llevar o no a sus niños a un musical. Y precisamente esos ojalá los lleven, aunque sea por error, a modo de vacuna contra la cerrazón.

* Más información sobre el musical Billy Elliot de mano de Raquel G. Otero.
* Todas las fotos que ilustran este post son obra de Jorge París y el vídeo de Guillermo Fernández Savater.

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